Las siete décadas de pintura de Dolores Aguirrezabala son un viaje de sensaciones guiado por el color: desde oscuros óleos de paisajes vascos hasta acuarelas que le han permitido jugar y crear escenas más cercanas al impresionismo y la abstracción. Y siempre, desde la experimentación.
Esta pintora nacida en Tolosa (Guipúzcoa), que acaba de cumplir 98 años, expone hasta el 16 de abril en la Fundación Caja Rioja Gran Vía de Logroño su muestra retrospectiva Recuerdos de una vida (de lunes a sábado de 18.00 a 21.00h). Allí recorre su trayectoria con acuarelas abstractas y escenas en el mar, una continua fuente de inspiración de la autora vasca.
Aguirrezabala mantiene viva su pasión trabajando en su estudio, en el centro de Logroño, desde el que recuerda cómo empezó en la pintura cuando tenía unos 20 años. Residía entonces en Bilbao, donde su marido era ingeniero en una de las grandes industrias emergentes. «Vivíamos en una casa que había para los ingenieros de la fábrica y nos hicimos amigos de otra pareja. Ella era pintora y un verano me propuso ir al municipio navarro de Sansol», rememora. Y allí empezó todo: «cogíamos las bicicletas y nos íbamos al campo a pintar».
Se fijaba en cómo lo hacía su amiga y a partir de ahí siguió aprendiendo, siempre de forma autodidacta. En esa primera época trabajó con óleo, con trazos más definidos y colores más oscuros. En sus lienzos, el gran protagonista era el paisaje vasco, del que Dolores Aguirrezabala habla con la emoción de quien lo lleva en la retina. «Me gustaba mucho el pueblo de Orio. Para pasar de Orio a Zarautz había que atravesar una montaña y lo que veías al bajar, era precioso».
Con esa misma pasión, muestra los cuadros que retratan el Bilbao de aquella época. «Me encantaba el aspecto que tenía la ría entonces, con la industria que se levantó, el cielo reflejado en el agua, los edificios, el humo… Ahora ha cambiado totalmente».
En su estudio de Logroño está explorando obras más abstractas, con colores «muy vivos y más claros»
Más adelante, el trabajo de su marido les llevó a vivir durante catorce años en Zaragoza y dos décadas en Madrid, etapas que impulsaron su carrera artística con exposiciones dentro y fuera de España: París, Biarritz, Palm Beach… También llegaron numerosos premios como el Diplome d’Honneur del Salón Internacional de Biarritz (1980), el Segundo Premio del XII Certamen Nacional de Acuarela en Madrid (1980), el Premio en el II Salón de Verano de Nueva York (1996) o el Primer Premio del III Certamen Nacional de Acuarela «Villa de Caudete» (2002).
Durante ese periodo dio el salto del óleo a la acuarela, una técnica que le ha permitido “jugar” y “experimentar”, y que ha marcado gran parte de su evolución artística.
Con las acuarelas llegaron sus paisajes azules cercanos al impresionismo, evocadoras escenas marítimas muchas de ellas de la costa vasca y otras nacidas de sus viajes. Recuerda especialmente las que realizó en Italia o en San Petersburgo, durante un viaje en barco. «Todo el mundo se bajó y yo me quedé en la cubierta para reflejar lo que estaba viendo porque era un espectáculo».
Su prolífica obra llena cada pared de su estudio en Logroño, del que le cuesta salir cuando las musas aparecen. Desde allí sigue creando obras que transmiten emociones ligadas a su entorno y al momento, expresadas a través de la luz y el color. Durante la pandemia, por ejemplo, su paleta se volvió más apagada; después, los azules y verdes comenzaron a dominar.
Hoy continúa explorando nuevos caminos con obras “completamente distintas”, más abstractas, en las que han surgido colores “muy vivos y más claros”.
Para Dolores Aguirrezabala la pintura ha sido «la mejor dedicación y su mayor entretenimiento». «Yo no he necesitado salir con mis amigas. Únicamente me encantaba ir al cine, pero cuando mi marido murió dejé de ir y ya solo me quedó la pintura». El arte y su familia, que la arropa y anima a seguir creando sensaciones en cada pincelada.